SURI O AVESTRUZ ANDINO Perú



El SURI, también conocido como ñandú petizo, vive en las zonas altoandinas de Sudamérica, desde el Altiplano peruano hasta los páramos y pampas de la Patagonia, desde hace 20 millones de años, habiéndose hallado en los Andes argentinos restos fósiles de 10 millones de años de antigüedad de uno de sus parientes próximos como es el avestruz o ñandú.
En el Perú, el SURI vive en los departamentos de Moquegua, Puno y Tacna, entre los 3,000 y 4,700 msnm, y se ha adaptado a uno de los climas más hostiles del planeta, habitando principalmente los tolares, bofedales, pajonales y en algunos casos los lagos cálidos de origen volcánico que existen en las ecorregiones de la Serranía Esteparia y la Puna o Altos Andes.


HABLAR DEL SURI O AVESTRUZ ANDINO ES HABLAR DE UNA HERMOSA AVE QUE NO VUELA, SIEMPRE CUBIERTA DE POLVO, SIN MAYOR MÉRITO QUE SER UN "GRAN PADRE" Y QUE SE ENCUENTRA EN INMINENTE PELIGRO DE EXTINCIÓN... ¡ AQUÍ LES CONTAMOS POR QUÉ !

¡ SE REQUIERE URGENTEMENTE UN PLAN NACIONAL PARA LA RECUPERACIÓN DEL SURI, Y MUCHAS OTRAS ESPECIES AMENAZADAS POR LA EXTINCIÓN EN EL PERÚ !

Una rara excepción en el reino de los animales es la que se da con el SURI o Avestruz Andino, donde el macho, y no la hembra, es quien empolla, alimenta, cría y protege a sus polluelos. Este proceso de evolución donde el macho juega ese rol decisivo se inició hace millones de años, cuando probablemente recién se formaba la Cordillera de los Andes, mucho antes que los humanos nos convirtiéramos en desafinados y desorientados guionistas de la naturaleza, enseñoreándonos de un reino que no terminamos de comprender y que hemos puesto al borde mismo de la extinción, por nuestro sesgado y limitado accionar.

A fines de julio, cada SURI macho trata de expulsar a los otros machos de su grupo social. Cada suri emite llamados y ataca a los otros pateando, atropellando con su pecho y lastimando con los espolones de sus alas, que posiblemente sólo sirvan para el combate, ya que no sirven para volar. Se picotean y entrecruzan sus cuellos, hasta que uno de los dos huye agachando la cabeza o aplastando sus plumas en señal de sumisión. Y la lucha termina, sólo que ahora algo ha cambiado.

Uno, sólo uno permanece con las hembras. Él las cortejas a todas, y si algún macho se acerca, lo ataca y expulsa. Y por fin las hembras se acercan, se tienden a su alrededor y todas copulan con él. Lo descrito aquí apenas dura unas semanas en la vida del SURI, pero nadie pasa por millones de años de evolución para tener sólo unas semanas de "gloria".

Luego, el SURI construye varios nidos usando exactamente lo mismo que usó en la lucha: sus patas, pico, alas y pecho. Y termina seleccionando el mejor de los nidos, el cual cubre con follaje seco. Después, con el mismo cuidado con que las cortejó, llama a sus hembras para que pongan sus huevos en los alrededores del nido. Cada hembra pone hasta diez huevos, y cuando ellas se han ido, el macho se queda solo y comienza su verdadera tarea.

Se echa y empolla, y durante cuarenta días será el guardián de su tesoro, de esos treinta a sesenta huevos que él mismo selecciona y con su largo cuello trae hacia el centro del nido. Pero su labor no se limita a posarse sobre ellos para empollarlos, también debe protegerlos alejando a los perros, lagartos, zorros, aves de rapiña y todo lo que se dirija hacia sus huevos. Sólo al mediodía se aleja del nido para buscar algo de comida, pero regresa muy pronto y no lo hace en línea recta sino dando un largo rodeo, alejándose y acercándose en aparente comportamiento anómalo, pero que sirve para despistar a cualquier predador que lo haya seguido para encontrar su nido.

Allí está ese bicho amarronado, deslucido, cubierto de polvo, silencioso y extremadamente tímido, cuyo mayor mérito es ser un buen padre por su tenacidad y perseverancia.

Cuarenta días. Sólo cuarenta días contra lo poco que dura el cortejo. Echado, moviendo el cuello de un lado para el otro y girando los huevos hasta que salgan las crías del cascarón, haciendo que éstas permanezcan algunos días más bajo su cobijo. Y luego abandonan el nido, pero lo siguen a él, caminado entre sus largas patas.

Aprenden a comer de él, de él aprenden a ocultarse en medio del pajonal altoandino, y a pelear con sus cazadores o darse a la fuga, distrayendo a predadores como los feroces pumas y rapaces, todo ello con el propósito de alejarlos de sus crías.

Para estas crías el universo tiene tres elementos: el campo, ellos y su padre. Y al padre le cantan y le trinan para llamarlo y pedirle que esté con ellos. Por supuesto, la realidad es dura a veces: algunas crías mueren, se pierden, se ahogan o se enferman, o quizá los pumas logran matar al padre. Sin embargo, allí van él y sus hijos, desde antes que los humanos aparecieran sobre la faz de la tierra.

A veces alguna cría perdida que pertenece a otra nidada se une al grupo, y él lo toma por hijo fortaleciendo su nidada con un grupo más grande. Este padre criador y custodio de nuevas vidas, espera pacientemente la llegada del otoño para formar nuevamente los grupos y hacer que gire una vez más la rueda de la vida: los machos peleando por sus hembras, empollando los huevos, críando a sus polluelos y todo lo demás.

El SURI es visto en el firmamento, en la constelación de las Pléyades, por alguna tribu que todavía suele ver su pata de tres dedos reflejada en la inmensidad del cielo y representando la vida eterna. Y así será por siempre, el SURI permanecerá incansable en la llanura infinita caminado con pasos desgarbados y venciendo al tiempo camino a la eternidad, orientándose con las estrellas, a menos que la mano insensible y materialista de los hombres lo extingan como está sucediendo en nuestro país y en toda América del Sur, que es donde aún sobreviven sólo unos cuantos.
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